El masoquismo nos domina. Finjimos que no pasa nada, pero lo hacemos mal. Se nos da fatal actuar. El mimo nos mira incrédulo. Es un espectáculo dantesco por el que no vale la pena pagar un mísero euro, pero ahí está, con esa sonrisa malévola, con esa mirada vacía y a la vez llena de espectación.
El mimo se mantiene inmóvil, firme, como si no pasara nada a su alrededor, como si la obra que está viendo no le transmitiera absolutamente nada. A veces se mueve, tiene tics en algunas escenas de este teatro encadenado al marasmo. De pronto se acelera, sonríe y llora desconsoladamente sin control alguno. Su mirada se dispara hacia nada sabe donde...Pero la obra continúa. Espectante sigue observando...En tensión, pero inmóvil. Nervioso, pero firme... Pasan las horas, los días, las semanas...y esta obra de teatro no cambia, siempre es el mismo guión. Una y otra vez las mismas palabras, el mismo desazón, la misma recaída. Pero el mimo no se aburre. El mimo sigue observando espectante las destrucción de dos seres que él mismo ha creado. De dos seres que forman parte de él. El mimo observa su propia autodestrucción.
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