etílicos, tácitos
ilícitos,
columnas sin dintel.
Humanos
deshumanizados
sin amor.
Muertos en vida obnubilados en lo superfluo.
Árboles secos
pasando desapercibidos ante
un mundo lleno de hojas
coloridas que viajan ansiosas
entre el viento
que mece el perfume del incienso
incipiente del callejón.
Autómatas onanistas,
ascetas profetizando
pueblos pacíficos
convertidos en ceniza.
Renuncias de sentimientos
en proceso de crecimiento errático,
vergüenzas disidentes buscando
un logaritmo
exacto.
Vacíos llenos de caídas al precipicio.
Nos escondemos para llorar
porque nos han instruido
en la debilidad
como seres alienados,
dormidos
apagados
que buscan símiles de antónimos
varados
en un mar de insatisfacción.
Redundantes siluetas personificadas
en claustrofobias anoréxicas
que anhelan el espejismo del
amor que nos han metido en la cabeza.
Somos soledad irradiando luz,
ascetas fieles a la violencia
del más culto,
palurdos explotados que salpican
su sangre tratando de curarse a sí mismos.
Guerreros buscando explicaciones
a preguntas que no saben formular,
artistas que no tienen que saber de arte
para crearlo,
robots cercenados
en la supremacía del mecenazgo.
Ausencias anuales repartidas
al mejor postor,
nubes calavéricas,
esqueletos que florecen
en un jardín de ensueño
intentando paliar la nostalgia
de una espera
eterna,
de un final rotundo
de un amor sin rumbo.
Navegantes del recuerdo,
soñadores de lo eterno.
Ilusos.
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