sábado, 9 de agosto de 2014

Estratosférica.

Tenía en la mirada un despertar taciturno, un rugir de mariposas caníbales que serían capaces de destruir toda coraza existente en el planeta.

La vi por primera vez camino de la facultad. Sus gafas redondas de sol, su pelo oscuro y sus labios rojos te petrificaban como si de la propia Medusa se tratara. Podía conseguir cualquier cosa, y lo sabía.
Volvimos a vernos por segunda vez en un mercadillo.
Una tarde de octubre vi a lo lejos una máscara antigás, y a ella, acercándose, -siempre supe que llegaría en un mes de revolución-.
Quería esa máscara a toda costa, pero se me adelantó, y entonces comprendí que tenía que conocerla.

Recuerdo que se llamaba Sofía, que sus labios se reflejaban en mis ojos y la luna sólo salía para contemplarla a ella. La timidez sucumbió a la tentación una noche azul y tras un par de copas y su acento del norte, el deseo venció.

Sus labios sabían a cerveza, suaves y dulces, como la ambrosía de la que se alimentaban en el Olimpo.
Se lanzó a mi cuello y desabrochó el primer botón de mi camisa dejando a la vista mi clavícula desnuda, aquella que no dudo en lamer. Su sonrisa estratosférica me transportaba a un lugar de fantasía. Recorrí cumbres suaves en las que quedarme a vivir. Cimas erguidas y rosadas en las que asomarme cada amanecer, al salir el sol. Desperté en un monte creado por diosas de otros mundos y supe, justo en ese instante en que me entregó toda su humedad, que nunca volvería a sentir cómo las mariposas me devoraban, y ella también.

Sus dedos recorrían mi cuerpo como un libro escrito en braile: tan sutil que conseguía que cada milímetro de mi piel se estremeciera sólo con el roce de su voz en mi oreja.

Era todo tan efímero y tan bello a la vez... Su cuerpo y el mío, desnudos, casi no se distinguían; pasaron días, semanas sin salir de aquella cama llena de éxtasis, de flores y mariposas saliéndonos de la boca y el sexo, de orgasmos tan intensos como las esposas con las que me esposaba a su cama sin contemplaciones y me hacía suya sin ningún atisbo de compasión.

Aún la siento a veces dentro de mí y la humedad se cierne sobre las mariposas que revolotean por mi sexo cada vez que recuerdo su voz gimiendo en mis tímpanos. Aún me recuerdo bebiendo su néctar, aún nos recuerdo follando encima de la mesa.

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