Me
embriago del dulce néctar que se encuentra entre las dos columnas
que definen su cuerpo mientras su mirada se pierde en el infinito del
techo celeste que nos contempla. Casi sin percatarme, sus dos
columnas se aferran a mi pálida espalda, que se curva al compás de
su agitada respiración. Sus cálidas manos acarician mi pelo
cuando mis húmedos labios se pierden entre su desnudez.
Y
así, en el misterioso silencio que nuestra respiración calla, me
percato de que a ella le sobra el valor que la falta a mis noches.
Sus
besos se mezclan con mi cuerpo, tan despacio y a la vez tan intenso
como el rugir de las olas en la noche...Los muros se levantan
desnudos, sus manos se abren paso entre los pliegues de mi piel,
encaminándose hacia los lugares más recónditos de mi cuerpo al
paso que mi voz entre-cortada se encuentra con su boca, que se dirige
a morder lujuriosamente las montañas de mis instintos más salvajes,
consiguiendo así que el deseo de mis ojos quiera ver más allá
de sus misteriosas gafas de sol...
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