A Bel, que me ha salvado más veces de las que pude caer.
Es la segunda vez que te escribo, a casi dos años de distancia de la primera, y han cambiado tantas cosas que ni siquiera recuerdo en qué punto exacto dejé de ser yo para que bajaras a rescatarme como has hecho desde que nos conocimos.
Tú, que te bebías mis lágrimas como si fueran tuyas y tenías la fuerza que yo no tenía para sonreír a pesar de que la vida te había dado un revés en la mandíbula, mucho más fuerte del que nunca me darían a mí; conseguías sacar mi voz de un silencio que me dejaba sorda.
Tú, que me entendías hasta callada y me enseñaste que perder la vida era una forma de mantener siempre vivo a alguien, me hiciste ver que para acabar con la oscuridad sólo tenía que encender una vela con la cerilla que tenía escondida en mis pestañas húmedas.
Y que nunca dejé de ser yo.
Que nunca dejaste de ser tú.
Que como tú me dijiste una vez, "me has salvado más veces de las que he estado a punto de morir", y eso vale 34 atardeceres.
Ya fuiste la razón de alguien. Fuiste y eres el amor incondicional de un sueño que no se disipa en el aire. De un sueño que es y está.
Que no se ha ido.
Que no se irá.
Como ella.
Pero algún día llegará un vendaval a tu vida, y te convertirás en su verdad. En la verdad que siempre te resistes a ver cuando el viento te trae la brisa de un verano difuminado y no dejas salir esa sonrisa por miedo a que llegue un invierno tan frío que consiga congelarte.
Pero tu corazón es capaz de quemarse en pleno Polo Sur y derretirlo todo.
Y serás grande e invencible.
Como has sido hasta ahora.
Ella lo supo al tenerte en brazos por primera vez, y yo lo sé. Como se sabe que los ríos nacen en las frías montañas y van a morir al mar pero no mueren.
Como tú.
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