martes, 25 de junio de 2013

La del café irlandés.

Huías de ti cuando te cruzaste en mi camino.
Nunca antes nos habíamos visto, nunca antes habíamos coincidido.
Estabas sentada en aquella cafetería, con la mirada ausente, y me acerqué a ti. Recuerdo que tomabas brownie y café irlandés.
Te mostrabas distante, tan fría como la nieve de la calle que se derramaba por el asfalto. Tus labios me miraban, rojos y delirantes y todo se paralizó. Al apartarme, tu mirada me avisó de que era la primera vez que una mujer te besaba, y de que no sería la última.
No nos conocíamos de nada, pero aun así, depositaste en mí tu confianza invitándome a tu cama.
Tus curvas, la suavidad de tu piel, tu fragilidad escondida, como esas muñecas rusas, con mil corazas hasta llegar al punto clave.
Recuerdo hacerte el amor sobre el lienzo, pintándote desnuda, indagando en tu mirada oscura.
Te deseaba y lo sabías.
Y, a pesar de no haber estado con ninguna mujer, te mostrabas segura. Me buscabas.
Tú, completamente desnuda, te acercaste a mí, y tu lengua hizo acto de presencia en mi cuello. Me giré. "Enhorabuena, me has encontrado".
Comencé a besarte despacio, pero tus manos estaban ansiosas, tu boca mordía mis ganas y tus ojos me gritaban un "Fóllame" en cada mirada. entonces te convertiste en lienzo, y mi lengua un pincel con el que dibujar mil sensaciones en tu desnudo cuerpo.
Tu pelo rizado caía sobre tus pechos desnudos que llamaban a mi boca. Suaves, apetecibles, ambrosía de dioses.
Llevé tus manos bajo mi camiseta. 2 segundos, al igual que toda mi ropa.
Así estábamos, la una sobre la otra, entrelazadas en aquel sofá de color rojo, casi tan rojo como tus labios. En cada beso notaba tus ganas, el fluir de tus venas, el jadeo de tus deseos más oscuros pidiendo a gritos mucho más.
Estando encima de mí, desnuda, podía advertir tu humedad, y mis ganas de saborear cada milímetro de tu anatomía ganaban a mi autocontrol.
Mi mirada te dijo todo lo que necesitabas saber, y hundí mi lengua en ti.
Sentía los latidos de tu cuerpo, tus espasmos de placer y no había banda sonora más perfecta que tus gemidos.
Tu mano derecha sobre mí, mi boca jugando contigo, lamiéndote, saboreándote. Tú, mordiéndote el labio, gimiendo, jadeando.
Pero paré y me miraste mal pensando que iba a dejarte así. Grave error. Mordía tus pezones mientras susurraba mil versos de otras tierras, y entre jadeos, susurraste: "Neruda".
Que conocieras a Neruda hacía que mis ganas de follarte fueran a más.
Y entonces, mientras mordía tu cuello y mis espalda guardaba sitio a tus arañazos de placer, mis dedos se hicieron un hueco en ti.
Ahora sí.
Ahora quería oírte gemir, como nunca antes lo hiciste con un hombre, como nunca lo harás con otra mujer.
Notaba tu vagina contraerse, y sin pensármelo dos veces, volví a jugar con mi lengua al compás de mis dedos, que te encontraban.
             (Y te encontraron).
Tu respiración entrec-orta-da. Tus jadeos. Tus manos en mi cabeza, tus gemidos. Toda tú. Recreándote. Reinventándote.
Revolviéndote de placer.
Yo no quería treguas, y ahora te tocaba aprender. "Déjame a mí", susurraste, y mi piel se erizó. La forma en que me tocabas, la delicadeza con la cual me mordías. Caí rendida en tus manos. (Y en tu lengua).
Dulce y húmeda, tu lengua jugaba con mi cuerpo, haciéndolo suyo sin contemplaciones. No parecías nueva en esto.
Quién iba a decir que esa chica tímida que tomaba café irlandés iba a ser una diosa del sexo entre mujeres.
Safo escribiría mil poemas sobre su sensualidad, era pura magia y convertía en puro fuego todo lo que tocaba, incluida yo, que ardía sólo con un mero roce.
Tus dedos jugando conmigo, los míos jugando contigo, al mismo ritmo. Acercándonos, gimiendo, pidiendo más. Agotándonos extasiadas, con tu lengua en mi boca y tus sábanas empapadas de placer. Nuestro placer.
Y así fue, desperté a la mañana siguiente y aún estabas dormida, desnuda y abrazada a mí.
Ya no recuerdo cómo te llamabas, pero mi sabor siempre quedará en ti. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario