jueves, 16 de octubre de 2014

Caos.

Sus ojos eran pura vorágine.
Su pelo, mecido por el tornado de su boca,
rozaba mis mejillas tatuando su recuerdo
en los días de ausencia.
Sus labios sabían a cerveza y os juro
que Atila mataría
por un simple roce de
esa piel con sabor a .

¿Magia?
Quizás.
Esa sonrisa no era de este mundo.
Conseguía vislumbrar el deseo en su vello erizado
con el mínimo roce de mis dedos,
el brillo de sus pupilas, que reflejaba la luz de una farola
lejana,
al fondo.


Cómo definirla sin nombrarla.

Era un corazón agorafóbico
en un cuerpo con claustrofobia.
El último peldaño,
el principio del fin,
el camino al Cadalso,
el poeta sin caos
Goliath sin David.

Una noche mordió mis miedos sin
mediar palabra
y mis pupilas se dilataron
como las teclas de un piano
destinado a caer de un sexto piso.

No había droga más dura
que sentir sus dientes
paseando por mi cuello.
No había arte más puro
que verla desnuda
retratada en el lienzo
de mi mente.

Me besaba, me mordía,
acariciaba cada retazo de debilidad
con la ternura y el miedo
con el que se acaricia a un
animal herido
que puede llegar a matarte
en una milésima de segundo.

No tenía miedo.

Su nombre...era Recuerdo.






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