El rastro de un perfume
que conozco
me ha dado un puñetazo
en el estómago,
como el hielo
de un fuego que
me empapa.
Ha cubierto mi piel
de sangre
con un tiro por la espalda,
y
ha
huido.
Ha dejado de gustarme
el invierno
desde que se tatuó tu nombre,
desde que el frío
ya no lo cura tu piel.
Sólo a los locos se nos ocurre apostar por las causas perdidas.
Y esta vez, a la deriva,
la causa perdida fui yo.
Quizás abdicaste antes
de entregarte el trono,
aun creyéndolo
en tus manos,
aun sabiendo
que las reinas sólo me gustaban
en los cuentos.
Ése fue mi error:
Hacerte poseedora de todo
vacío cuanto tenía.
Y ahora, todo esto que me llena, ya no sabe a ti.
Eres increíble, enlazas una realidad, ya sea ficticia o no y haces escribir a tu corazón a máquina, entre nubes de humo. Y aún así, no se ahoga.
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