Podría hablaros del sabor de su sonrisa,
podría definiros la dulzura
con la que me aparta el pelo de la cara
cuando se dispone a besarme
y nuestras melenas se interponen en nuestro camino.
Podría describiros lo que sentí
el día que me cantó bajo la lluvia
resguardando su pelo de fuego
tras una capucha verde.
Y tras la luz de una farola lejana al fondo,
su fragilidad hecha lagrima.
Que si el poema se construye
de amor, besos y gemidos
ella le quita el puesto a cualquiera
de las musas en las que se inspiraron
Bécquer, Neruda o el mismísimo Lorca.
Que ya no reconozco la lluvia
si no es abrazada a ella,
que me gusta triste y me gusta feliz,
O cuando me sonríe entre beso y beso,
y saca la lengua y me adelanto a morderla,
como si de un inocente juego de niños se tratara.
Y, joder, podría contaros que no hay calle
en la que no me gustaría comérmela a besos
dejando a las paredes como testigos
de dos sombras que se estaban buscando
desde hace un siempre,
y se quieren desde hace nada.
Que no os hablo de una musa,
que os hablo de su olor,
de su mirada,
de su lengua.
Que os hablo del jodido amor.