Puede que
estuviera demasiado
rota
como para admitir
que cada pedacito de mí
llevaba tu nombre.
Tan rota que
me clavaba
los cristales
que formaban la jaula
de mi corazón
y
que acabaron matándolo.
Quizás hallé la forma
de no herirme
con mis propias espinas
cuando volví
a retomar el control
de aquellas oxidadas
tijeras de podar
que tú habías escondido
para no perderte,
o quizás
para no encontrarme.
Vete de aquí.
No quiero volver a verte.
Desaparece de mi vida,
y llévate mis espinas
que ya no sangran
tu
nombre.
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