Y dedicar mil versos
a su cara de recién levantada,
cuando asoma un suspiro sobre mi cuello
y mi mano la sujeta por la espalda.
Notar como se agarra a mí,
como si de un momento a otro fuera a caerse,
y asustada, se siente refugiada en mi pecho desnudo.
Su pelo, mezclado con el mío
como si se tratara del destino enredado
en las ramas de un bosque sombrío.
Y sus latidos,
llevando el compás al rincón
más lejano de su ombligo.
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